"La escritura, la letra, está en lo real, y el significante, en lo simbólico"
Jacques Lacan (Seminario XVIII)

13 de agosto de 2012

"De las palabras que enferman y curan el cuerpo"

Finalista del Concurso Internacional de Poesía y Narrativa de la Editorial de los Cuatro Vientos, 
y forma parte de la Antología Poetas y Narradores Contemporáneos 2012 de la misma editorial.


  Las coordenadas parecían anclarse en un punto, y ese punto era el que determinaba la posición actual del sujeto. Su historia personal había hecho tope en el cuerpo. Haymuchas maneras de anoticiarse de los acontecimientos de la vida, y ésta, la elegida; era una forma más que dolorosa. Recordaba que había aprendido que hay modos deenfermar diferentes, y que así como se vive, se enferma, y que cómo se enferma, se muere. Y que no es que por que uno se enferma, entonces se puede morir; sino que, por
que se puede morir entonces uno se enferma.

  Conocía la existencia de virus, bacterias, infecciones varias, órganos, órganos del cuerpo, sistemas, etc. Sabía que las enfermedades pueden ser congénitas, heredadas genéticamente, y que el cuerpo a veces se hace el malo, o se comporta de forma indiscriminada sin que los sujetos que lo portan puedan cambiarlo.

  La mortificación máxima de todos sus pesares tomaba forma de tumor, así como otras veces se había vestido de accidente callejero, caídas en la calle, choques con el auto o huesos quebrados.  Pero en esta oportunidad había llegado a su punto más álgido.

  En un control  ginecológico de rutina, le descubren dos tumores en las mamas, una tomada en sus tres cuartas partes; y la otra con un tumor más pequeño. Se efectuaron punciones varias a repetición y se extrajeron muestras para analizarlas patológicamente.

  El resultado fue células cancerosas, pero lo que no decía el informe del médico patólogo era cuántas células de ese tenor había en la muestra, ni hasta donde se extendían, ni que pronóstico tendrían las mismas y la paciente que las portaba.
 
  Nunca había tenido una experiencia ni parecida, en su propio cuerpo, claro; pero si había vivido la muerte de su padre con un cáncer de cerebro que acuchilló su corazón y atravesó su alma.
 
  Hubo que operarla con prontitud, y todo parecía aletargarse en el tiempo, las consultas en el Hospital o las varias prácticas sufridas, ecografías, mamografías, punciones por medio de ecografías, centollagrama, marcación de los tumores y posterior operación con extirpación de una mama casi completa y un cuarto de la otra.

  Pero, vuelvo a repetir, las coordenadas parecían anclarse en un punto. Cuál era el suelo que pisaba? , en qué baldosa estaba? Había comenzado a contar para atrás la historia de su vida, leí para atrás en el tiempo y abrochaba, leía y abrochaba los hechos actuales con el pasado.

  Su tiempo anterior era oscuro, opaco, en cuanto al amor recibido, a los sentimientos que eran de mucha soledad en compañía, donde reinaba la ignorancia, que como se dice, es el peor de los afectos que un ser humano puede recibir. Hasta que una frase familiar en boca de un miembro de la misma, blanqueó lo que la paciente había sospechado desde siempre.

  Que estaba demás, que era un estorbo para él, y esa frase pronunciada pasó a perforar su espíritu, dio en el blanco donde el significante toca el cuerpo para enfermarlo. Pero cuáles eran esas palabras tan horrorosas, tan corrosivas? Ella escuchó: “Tu vida me cagó la existencia”, “cuando vos naciste, me jodiste la mía”. Y se produjo un blanco, un estado de congelamiento que no pudo más que dejarla perpleja, azorada frente a la boca devoradora del otro. Esa voz que portaba esa palabra, era un trueno que derrivaba su alma. Y así devastada y sin poder salir de ese estado descripto, pudo mirarse los pies más allá de esa voz que había escuchado, reconociéndose en el hilván de esos dichos de su  hermano. Ella había aceptado durante toda su vida, ser ese desecho para el otro, ese resto que funciona estorbando, molestando; y prefería tener ese lugar antes que ningún otro.

  Pasaron los días, las horas, los segundos….eternos y rápidos; y se le revelaron sus propios pasos, ya no eran las palabras ajenas, eran las suyas en derredor de aquellas, las que la ubicaban. Y recordó el diagnóstico, casi innombrable, irreproducible: “Cáncer de mama”. Y cosió su posición subjetiva, la de su vida en relación al otro familiar, con esas palabras pronunciadas propias y ajenas, donde si con su vida le había cagado la existencia lo mejor era enfermar para morir, retirándose como resto del discurso del otro.

  Claro que no iba a culpar a las palabras, ni a ningún otro que las pronunciara; se hacía cargo responsablemente de que su posición había enfermado el cuerpo, y no en cualquier parte, sino en las mamas. 

  Pensó que ya era tarde, pero de todas maneras quiso dar la vuelta, juntar las cartas de la mesa y barajar para dar de nuevo. No sabía si tendría una nueva oportunidad, para curarse, para vivir desde otra posición que esta vez no fuera de resto del otro, de tacho de basura del mundo, y que pudiera dar esa vuelta para curar algo de la palabra que había enfermado el cuerpo.

  Eran las cuatro de la tarde en el reloj, la operación había durado muchas horas; la anestesia había cumplido su función y se estaba retirando, los cachetazos de la cirujana oncológica golpeaban su cara para que se despierte y escuchó su voz que le decía; “Descorche el champagne señora, la biopsia dice que el cáncer se ha negativizado”.
 
  No todas las historias de pacientes con cáncer son como ésta, ni terminan en un festejo pero éste es un cuento real, de cuando ciertamente la palabra enferma y también cura al cuerpo.